martes, 7 de agosto de 2007

Vrindavan - Mathura - Sikandra - Agra


Tras pasar la noche en el "ashram" de Vrindavan, amenizados con los maravillosos cantos espirituales que retransmiten por altavoz 24 horas al día (demos gracias a Krishna por los tapones de los oídos), dejamos la ciudad.

La primera parada fue el Templo Krishnajanmabhoomi en Mathura, la ciudad donde nació Krishna. Era un sitio alejado del turismo occidental (excepto por unos chicos de Soria, que tiene delito). En este templo nos registraron de arriba a abajo por primera vez, sobre todo a las chicas, a las que sobaron más de la cuenta... Allí vimos las primeras muestras de la contienda entre hindúes y musulmanes: alambres de espino en la valla que divide el templo y la mezquita adjunta (o superpuesta, según se mire), y guardias armados hasta los dientes por doquier.

Templo Krishnajanmabhoomi


La siguiente parada fue la Tumba de Akbar, en Sikandra. Un lugar precioso de mármoles y jardines con pájaros, ciervos y monos.
Niños en Sikandra


Tumba de Akbar

Por fin, al mediodía, llegamos a Agra. Antigua capital de la India, es una ciudad con aires de moderna aunque un poco desvencijada por el tiempo y la falta de ingresos que supuso el traslado de la capitalidad. Comimos en el Restaurante Priya. Tomamos una exquisita comida típica hindú a base de menú especial para turistas, es decir, poco picante...

Llegamos al hotel a soltar los pertrechos y nos fuimos rápidamente a ver el atardecer frente al Taj Mahal, desde la otra orilla del río Yamuna. Allí pasamos un rato agradable, haciendo el tonto y relajándonos, fotografiando el Taj Mahal de todas las maneras posibles y evitando chiquillos cuyo cometido principal era sacarle al turista dinero hasta por hacerle fotos a las cabras que cuidaban.

Taj Mahal
Cuando el sol ya se había puesto, nos encaminamos de vuelta a la ciudad. Decidimos volver dando un paseíto. El trayecto era más largo de lo previsto. Incluso cruzamos el río por el puente del ferrocarril, ya que estaba más cerca que el de la carretera y era casi de noche. Ahora bien, tardamos un rato largo en curzarlo, no se veía nada y estaba muy alto y desvencijado: sólo nos faltaba que hubiera pasado un tren y ya nos da un patatús, en especial a Jorge y a mí (Susana), que tenemos vértigo.

Para cenar aquella noche optamos por ir al Pizza Hut, junto al hotel. Era un Pizza Hut distinto: carta de pizzas, camareros sirviendo en las mesas... Por supuesto, la mayoría de pizzas eran picantes, y si no lo eran lo suficiente te podías echar del salero de guindilla que había en cada mesa. Pedimos unas pizzas y bebidas... con cubitos. De este último detalle no nos dimos cuenta hasta que las terminamos, claro que entonces también nos acordamos de las del McDonalds de Jaipur. La cuenta, de varios metros de largo, nos la trajeron con dedicatoria, más cuca ella...

La cuenta del Pizza Hut
Como colofón a tan extenuante jornada, y dado que había que levantarse a horas ingratas al día siguiente, nos fuimos al hotel a tomarnos otra KingFisher y a acostarnos prontito.

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